(El capítulo cinco de Alcantarillado, gas y electricidad es tan hilarante, que todavía tenemos agujetas de la risas en las comisuras y en el estómago. Ofrecemos un extracto).
Howard Hughes había ideado el proyecto durante la fase paranoica de sus últimos años. Tras leer un estudio sobre criptozoología, la ciencia que se ocupa de los animales aparecidos en las zonas a las que no pertenecen, Hughes concibió el plan de trasladar, en secreto, una manada de canguros desde Australia hasta las tierras pobres de Dakota del Sur. (...)
De vuelta al hotel de Desert Inn de Las Vegas, Hughes diseñó un submarino de carga gigante y contrató a una empresa de Detroit para que lo construyera. (...)
El 8 de diciembre (hubo un retraso por tener que atravesa el canal de Nueva York), el estruendo de una estampida desperto a media noche a Thomas Pinch, un cultivador de marihuana de Finger Lakes. Asustado al imaginar, como le había pasado a Hughes, que el gobierno había averiguado sus actividades, tomó un revólver, se puso un albornoz de algodón y se asomó a la puerta de su cabaña. Descubrió entonces que unos cuarenta canguros habían entrado en sus disimulado almácigos y se estaban comiendo su valiosa cosecha. Cuando uno de los bichos, particularmente grande y perturbado, comenzó a hacer ademanes de boxeo en dirección a él, el cultivador echó a correr hacia la cabaña mientras Hughes, muerto de risa, lograba tomarle una foto con una Polaroid. (...)
La foto que Hughes tomara aquella noche con la Polaroid había permanecido a bordo del submarino a lo largo de décadas de hibernación. (...) Cuanso acabó el arreglo del submarino, Irma colgó la foto de la pared de la sala de máquinas, y cuando le preguntaban quién era aquel tipo con bata de algodón, contestaba: "J. D. Salinger".
Seguro que a Thomas Pinch no le hubiera importado; ya lo habían confundido una vez con otra persona, y en un asunto importante.